Por supuesto me considero joven (Si 20 años no es nada, 40 es apenas algo), pero es evidente que dejé de ser una promesa para convertirme en un fracaso (le robo el chiste al gran Ragendorfer). Para los colegas novatos y no tanto, imaginar un mundo sin internet parece imposible. Y mucho menos sin blog, sin MSN, sin Facebook, sin algún buscador que te da el número telefónico de alguna fuente en pocos segundos. Pero hubo un tiempo en que los periodistas no contaban con estas fundamentales herramientas. Por supuesto que no me voy a poner en nostálgico y decir que todo tiempo pasado fue mejor, pero creo que es interesante marcar las diferencias con el periodismo que se desarrolló hasta mediados de los 90.
Para empezar, usábamos máquina de escribir. Cada vez que teníamos que empezar a escribir una nota dejábamos pilas de hojas pautadas tiradas a nuestro lado. Cada nueva idea, una hoja nueva. Ni pensar en apretar el backspace. Las tachaduras con XXXXXXXXX se multiplicaban en el papel. Tampoco medíamos las notas en caracteres. Generalmente cada línea de la hoja pautada tenía 70 espacios. Nosotros usábamos 60. Y las notas se medían por líneas (40 x 60, significaba 40 líneas de 60 espacios). Los títulos volantas, copetes y epígrafes se contaban a ojito, espacio por espacio. Los editores y diseñadores, diagramaban con dibujos sobre un papel y pegaban las diapos de las fotos.
La fotografía también cambió con la llegada de la digitalización. Por entonces se usaban diapositivas y negativos. Nada de diskettes, CDs con fotos, ni por mail. Se sacaba una foto y había que esperar que llegara del laboratorio para ver si había quedado bien y esperar la sentencia del editor mientras la miraba en el negatoscopio (una especie de cajón con una luz adentro y un frente de acrílico que iluminaba la diapositiva y que se miraba con una especie de lupa que llamábamos “ojito”. En las coberturas fuera de Buenos Aires o sobre la hora de cierre había que avisar si la foto era horizontal o vertical para que el editor dejara el espacio en la página. Y era habitual ir al aeropuerto para darle el rollo a un pasajero que nos hacía el favor de llevarlo a Buenos Aires donde lo esperaba algún cadete de la revista. Nosotros llamábamos a la editorial para avisar: “Vuelo xxxx, que llega a las xxxxx horas. Va con un gordito de remera gris y jean que tiene barba candado”.Los cierres eran kilométricos. Nunca terminaban antes de las cinco o seis de la mañana. Y siempre nos hacíamos un momento para tomar algún copetín con los más viejos (Mario, Miguel y demases, no me maten por lo de viejos jeje). Y después uno se quedaba a cargo de revisar los cromalines. Ese se quedaba hasta las ocho de la mañana y al otro día no trabajaba.
Por supuesto no existían los celulares. Para llamar a la redacción había que ir a un teléfono público. A lo sumo podíamos tener un radio mensaje, pero por lo general llamábamos una vez cada hora para recibir instrucciones. Todavía me acuerdo una de las primeras veces que me dieron un celular y estaba en el medio del desierto en Mendoza y ¡podía hablar desde el medio de la nada por fono! Las palms tampoco existían. Y las páginas de internet de guías telefónicas tampoco. Nuestra agenda valía plata. Cada número de atesoraba y te daba valor como periodista. Los números sólo se prestaban a los amigos. Y eran de papel, claro. Y una no alcanzaba y había que comprar repuestos de las hojas del índice. La y la M, eran las que nunca alcanzaban. La X siempre sobraba.
Espero que alguno de ustedes me ayude con estas anécdotas de la memoria. Seguramente se me pasan algunos detalles de esta prehistoria del periodismo que no tiene más que unos poco años.
martes, 7 de octubre de 2008
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1 comentario:
Hola Fer. Yo también a veces suelo añorar el viejo periodismo. La foto de tu comentario me hizo acordar un poema que escribí hace un par de años.
Un abrazo.
Lexicon 80 (*)
Al menos ahora tenés un consuelo.
Sabés que me prendo, pero no me cuelgo.
Tentaciones hay, cantos de sirena
más se lo que quiero, un cómplice menos.
Vos también mirás, ojos desconfiados,
el cerebro alerta y desenchufado (unplugged).
La presión on line no nos da respiro.
Multitudes chatas chatean sin verse.
No saben quienes son, ni quieren saberlo.
Es el nuevo exilio que trajo el milenio.
¿Sabés cuántas almas nos cuesta el progreso?
Ahora hay nuevos dioses que,
impunes, faxean sus divinas leyes.
Y hay nuevos ateos, que no tienen módem.
Libres de virus, sistemas y redes,
esperan el día del fin de la cuenta.
Y orgullosos guardan,
bajo cuatro llaves, sus Lexicon 80.
Luis Freitas.
(*) Lexicon 80 es el modelo de máquina de escribir de Olivetti más vendido en todo el mundo. Su carcaza de color marrón militar, inundó las redacciones, edificios de la administración pública y comisarías y aún hoy se la puede ver en actividad.
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